Si hay un icono del machismo en este país es este toro, y todo lo que él representa: incultura y violencia. El día que Osborne llenó de toros los campos de España, enalteció la fiesta, y con ella el toro bravo, impetuoso, viril, y por extensión, el hombre macho, el ser fuerte, varonil, masculino; hoy abocado a un callejón sin salida, aunque aún le quede su bastión, el único rincón que no pisan las mujeres (ya sabemos por qué): la fiesta, la Maestranza, las plazas, los cosos taurinos de media España. ¿Y qué pasaría si desapareciesen las corridas de toros? Pues apenas nada. Lo más grave sería que se engordaría un poco más la cola del paro, pero ya en la que estamos como que ni se notaría. De cara a Europa y el mundo mejoraríamos mucho, ser tratados como normales. Ningún ser vivo viene al mundo para sufrir una masacre semejante, innecesaria. Pero claro, si masacramos a las propias mujeres, que siguen cayendo como moscas, que va a importarnos el desgarro y el dolor de un animal. Animales somos nosotros, y los políticos calentando el festín, dando medallas a toreros. Hasta que Europa prohiba las corridas de toros, y tengamos que desmontar los toros de los campos y hechar el cerrojo a las plazas. Antes no haremos nada. ¿Qué es lo que nos atrae de los corridas, los toreros y el famoseo o la exhibición taurina? Mejor fuera lo primero porque el espectáculo es desgarrador. La violencia nunca es diversión. Luego queremos ser modernos, ir de no-violentos y que nos tomen en serio.
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