En un bosque tropical del África occidental un grupo de chimpancés descansa en un claro y se relaja un rato. Es el momento del acicalamiento, de la siesta y el juego; acicalarse unos a otros es una importante actividad social y ayuda también a fortalecer las relaciones amistosas entre los chimpancés.
Entonces un joven chimpancé se fijó en una hembra que leía un libro mientras descansaba, y se dirigió hacia ella. Se atrevió a hacerlo porque vio en sus ojos una gota de confianza
-Hace calor aquí.
-Sí, y esto no es nada, ya lo sentirás más fuerte cuando salgamos del bosque, aquello está sobre las brasas de la tierra.
-Me gustaría saber leer como tú, y escribir como las personas.
-¿Por qué quieres saber leer y escribir?
-Porque así podré decir lo que pienso. Me ilustraré, tendré ideas que transmitir a los chimpancés, y el grupo me respetará. He pensado que tú podrías enseñarme.
¿Sólo por eso?.
-Bueno, también me gustaría llegar a entenderme con las personas. El gran misterio para ellos acerca de nosotros es por qué tenemos un cerebro tan grande, para que necesitamos ser tan inteligentes.
-¿Y qué les dirías?
-Pues porque la naturaleza siempre ha sido exigente con las especies: los animales han tenido que luchar mucho para sobrevivir y dejar descendencia, en general, nos peleamos por el territorio, alimento o por la reproducción con una hembra. Y también me gustaría entenderme con ellos mediante un lenguaje simple en signos, pero rico en argumentos. Les diría que los chimpancés tienen un cerebro magnífico, que antiguamente fueron mucho más parecidos a los humanos en su comportamiento, y que de todos sus parientes animales, el chimpancé es el más inteligente, más que cualquier otro antropoide o mono. Somos tan parecidos a ellos que, para algunas personas, lo es en exceso. Encuentran nuestra inteligencia inquietante porque les recuerda lo cerca que estamos en realidad de los humanos. Pero no deberían preocuparse por ello: si les gustan los animales y nos respetan, deberían enorgullecerse de considerarnos primos suyos.
-Te enseñaré a leer y a escribir, quedaremos siempre en este claro del bosque, será nuestro secreto. Mañana podemos venir aquí después de comer.
Y así fue cada tarde, después de buscar frutos maduros, ahitándose de comida dulce y jugosa, masticar hojas y brotes suculentos y tiernos, semillas, nueces, flores e incluso corteza de árbol, los dos chimpancés se veían en el bosque y escribían poemas y recitaban libros en voz alta, hasta que el joven chimpancé se enamoró. Y en el claro del bosque jugaban y se acicalaban mutuamente, mientras los adultos descansaban cerca. Aquél chimpancé tenía el rostro más expresivo del reino animal, y simulaban combates en broma y se proferían suaves gemidos, eran un par de felices chimpancés.
-Ahora que se leer y escribir, le escribiré una carta a los humanos, siempre quise hacerlo.
¿Y qué les dirías?.
-Qué por primera vez, estamos seriamente amenazados, por la enorme cantidad de humanos que habitan África tropical. La creciente población humana se ha ido extendiendo cada vez más, invadiendo las zonas forestales, talando árboles, y utilizando la tierra para la agricultura. No quedamos más de 50.000 chimpancés, y cada años somos menos, aún no estamos en peligro de extinción pero podría llegar a serlo fácilmente en pocas décadas si permitimos que la agricultura siga desarrollándose sin control. Sería muy triste que desapareciéramos, tenemos que hacer algo, es el momento de actuar.
-Hazlo, serás el chimpancé más respetado de todo el grupo, tienes mi apoyo.
-Lo haré, muchas gracias por tu ayuda.
Cuando atardeció, en el crespúsculo, los chimpancés treparon de nuevo a los árboles y se instalaron para pasar la noche. Confeccionaron un lecho donde acostarse y se durmieron.
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